El valor del torneo es el que es, de acuerdo, pero salir de Milán habiéndole ganado a la campeona de Europa y habiéndole discutido hasta el final el partido a la campeona del mundo, pudiendo esgrimir, además, la confusa posición de Mbappé en el segundo gol, es una estupenda noticia para el proyecto que lidera Luis Enrique, que ayer, en una final oficial, miró de tú a tú a Francia, ahí es nada, aunque finalmente claudicó ante la mayor calidad individual de su oponente. España, esta España joven, dinámica, refrescante, casi anónima, no está lejos de las grandes. Ni mucho menos. Con las bajas de más de una docena de (casi) fijos, con la apuesta por un crío de 17 años que es un trueno, con una idea diáfana y con mucha, con muchísima personalidad, la selección se sabe ya a sí misma en el grupo de candidatas a todo. Volverá a sufrir, sin duda, por culpa de su bisoñez y de su falta de gol, pero aquí hay un proyecto, aquí hay una dirección. Aquí hay un equipo.
El líder es Luis Enrique, y tras él ha construido un colectivo capaz de mirar de frente a una selección abrumadora, en lo físico y en lo técnico, e igualarle el partido con los matices, con el juego de posición, con la defensa alta, con la presión, con los kilómetros, con una lealtad emocionante a la forma de jugar. Todo el honor, pues, para un proyecto incuestionable en lo futbolístico. Una noticia estupenda para el fútbol español, más allá de las polémicas estériles, todas ajenas a la pelota.
Luis Enrique se dio la vuelta a sí mismo e hizo una cosa que no había hecho nunca. Metió juntos a Busquets y a Rodri. ¿Para qué? Probablemente para igualar en lo posible los duelos físicos, los saltos, las disputas. Junto a ellos apareció Gavi, que se las vio toda la noche con Pogba, aunque en el primer balón que tocó se llevó por delante a Tchouameni en un «aquí estoy yo» de manual. El chico juega, y mucho. Con y sin balón. También metió Luis Enrique a Eric García, una bomba de relojería que se desactivó cuando le ganó la primera carrera a Mbappé, que es mucho decir. Luego, en el gol que decidió el partido (y que realmente pareció fuera de juego), aparecía en la foto, pero sin culpa.
SALIDA CON AZPILICUETA
De inicio lo pasó mal España. Entró mejor Francia, con tres centrales, dos laterales muy altos (Pavard y Theo) y dos barredoras por detrás de las tres megaestrellas. En realidad, la campeona del mundo no fue capaz, aun así, de generarle ninguna ocasión de gol a Unai Simón en el primer tiempo, porque el mano a mano de Benzema en el minuto 10 era fuera de juego, y de haber terminado en gol hubiera sido anulado. Deschamps decidió que, si el rival iba a sacar el balón jugado sí o sí, que fuese Azpilicueta el encargado, de modo que situó a Mbappé y a Benzema encima de los centrales, con Griezmann sobre Busquets, para buscar esa salida. Las conducciones del capitán del Chelsea podían haber sido más productivas, pero Ferran Torres, pegadísimo a la banda (al contrario que contra Italia) y Gavi no terminaron de concretar.
A los 10 minutos, España ya había igualado el partido, y de ahí en adelante lo dominó casi unilateralmente a través de la pelota. Francia, por cierto, no tiene las inquietudes de España. El balón no sale limpio desde atrás, y menos desde que Varane se lesionó y salió en su lugar Upamecano, al borde del descanso. La selección bleu juega en largo y confía en su calidad para llegar arriba. Sin más. Y sin menos, porque el peligro de sus delanteros se intuye con sólo verles caminar. La selección había logrado anular la evidente ventaja física, y de calidad individual, del rival.
FELIZ DURANTE 60 SEGUNDOS
El partido enloqueció en el minuto 60. Primero Theo estrelló un balón en el larguero tras una jugada de Mbappé. Después, Oyarzabal le ganó una carrera al tremendo (de tamaño) Upamecano y puso por delante a España, que fue feliz durante 60 segundos, lo que tardó Francia en enhebrar una jugada a tres toques y Benzema, ¡qué futbolista!, desde la esquina del área, en dibujar una parábola preciosa. Todo en tres minutos. En su primera ocasión clarísima, acertó España. En la suya, acertó Francia. Y eso, para una aspirante como es hoy la selección de Luis Enrique, era un golpe muy duro.
Se desnortó España, que fue sacudida, ahí sí, por la campeona del mundo. Es como si el gol de Oyarzabal hubiera despertado a la bestia. Y Francia comenzó a llegar con más frecuencia, y con más gente, algo larga la selección en ese momento. Marcó Mbappé a falta de ocho minutos y ahí demostró España otra cualidad que le será beneficiosa en el futuro. Tiró de corazón, apretó las amígdalas y se echó sobre Lloris, que por dos veces salvó un empate que merecía la joven aspirante al trono. Terminó encima de Francia, advirtiéndole de que el futuro ya ha llegado, y que España, Luis Enrique, su proyecto, ya están aquí. Han venido para quedarse, y aunque repetirá sustos como los vividos hace un mes en Suecia -es la propia naturaleza de la idea la que los promueve-, no conviene olvidar que falta apenas un año para el Mundial. Tutear como lo hizo ayer a un equipo tan tremendo habla por sí solo.