Del insaciable apetito de Luis Suárez brotó la ilusión del Atlético, que se volvió a ver tras la sombra de un telón de acero, como ya ocurrió frente al Liverpool, cinco días atrás. Esta vez frente a la Real. De nuevo caminando sobre el alambre y ya van unas cuantas. El colmillo del uruguayo y el carácter rojiblanco sirvió a los de Simeone para reponerse a medias de un sofoco que pudo ser mayor. El punto mantiene en el liderato a los de Imanol y deja un sabor extraño a un estadio que, esta temporada, no gana para sustos.
En menos de una semana, han pasado por el Metropolitano dos equipos de máxima exigencia. La Real Sociedad no es el Liverpool, pero tampoco es una casualidad que llegase a Madrid como líder de la Liga. No le hicieron falta ni 10 minutos para dejarlo bien clarito. Su fútbol de toque milimétrico, afinado desde su portero Remiro, el germen de la orquesta blanquiazul, encontró el premio tras una pérdida de Joao Félix. Robó Guevara, alzó la cabeza Silva, tocó sin pensar Merino, encontró el hueco, casi como un acto reflejo, Isak y Sorloth, un gigantón noruego, se las arregló para encontrarle un punto débil a Oblak. Era su primer tanto en la Liga. El Atlético volvía a arrancar con la necesidad de levantar otro marcador en contra. Una situación que esta temporada ha dejado de ser casual y va camino de convertirse en una peligrosa costumbre. No siempre se pueden recomponer a tiempo todos los trozos del jarrón.
Simeone le dio unos cuantos retoques a su 11. Arrancó con dos centrales (Felipe y Hermoso) y se encomendó a los cuatro puñales que hacen tragar saliva a cualquier rival. Griezmann, Joao, Luis Suárez y Lemar. Todos en el mismo paquete, junto a De Paul y Koke. Una apuesta ofensiva que, obviamente, tiene el riesgo de airear vergüenzas atrás. Aunque Antoine y Joao cada vez se entienden mejor y Suárez merodeó por el área con el colmillo bien afilado, el Atlético se marchó al descanso con una sensación áspera. La Real no sufrió en exceso y cada descuido local desencadenaba un ataque relámpago, siempre fiel al balón. Isak o Silva, aparte del gigantón Sorloth (1,94), atravesaron la alambrada de Oblak, para desesperación de Simeone.
Le costó encontrar su lugar al Atlético porque la Real, como si en realidad se hallara en una plaza de toros, le citaba con su capote hasta el mismo límite de su portería. Remiro se convirtió en un cuarto central y de sus botas partía el ritmo del juego de los de Imanol Alguacil. Los madrileños se afanaban por echar el guante a una pelota que los vascos mecían y escondían estirando el campo como un chicle. La grada del Metropolitano se desesperaba, mientras las camisetas rojiblancas perseguían con sufrimiento el balón. Por algo la Real aterrizó en Madrid como líder y se marchó encaramado a lo más alto. Sin importarle las (numerosas) bajas que arrastraba, incluida la de Oyarzabal, uno de sus iconos. Hay cosas que no son casualidad.