Joao Félix, esplendoroso en el estadio del Betis, firma un doblete y Lemar acaba ejecutando. Los rojbilancos ganan tres partidos seguidos por primera vez en esta temporada
Desde hace unas semanas, la vida para el Atlético es bastante más plácida. Ahora luce un porte imponente y una pegada que le ha devuelto a su hábitat natural, que es dormir en la zona Champions. Fue Joao Félix,con su doblete, y Lemar,con su imaginación y su certero zarpazo final, quienes lideraron el asalto al Villamarín. La tercera victoria consecutiva por primera vez en el curso.
Aterrizó fulgurante el Atlético en el verde andaluz. Porque, a veces, agarrar de primeras por la solapa puede ayudar a resolver muchos problemas. Y en el amanecer de una noche de fiesta en ese rincón de Sevilla, con los rescoldos aún calientes del billete a una histórica final de Copa, lanzaron los rojiblancos un ataque relámpago. Bastaron cuatro toques. Lanzó en largo Oblak, prolongó de cabeza Vrsaljko, serpenteó Correa y engatilló Joao Félix. Una exitosa mezcla que pareció poner con viento a favor ese cara a cara por uno de los carísimos billetes para la próxima edición de la Champions. Ese relámpago iluminó en poco más de un minuto el verde sevillano y el rostro de Simeone.
Pero uno nunca sabe los peligros que acechan tras cada esquina. De repente, el Betis perdía a Guardado por un problema muscular. Y al Atlético le cambiaba el gesto tras un tremendo costalazo de Vrsaljko. Pero, sobre todo, cuando Ángel Correa, tras jugarse el tipo por un balón, se retiraba otra vez cabizbajo del césped del Villamarín. El mismo lugar donde, un año atrás, había tenido que ser consolado por Simeone, porque el cielo se le venía encima tras errar ante el portero rival.
EL BORRÓN DE HERRERA
Fue el propio Atlético quien perdonó la vida a un Betis que le llevó lo suyo carburar. Porque Yannick Carrasco, una de las soluciones de urgencia para el rediseño accidental del equipo, se encontró cara a cara con el destino. Cara a cara con Claudio Bravo. Su elección fue regalarle el doblete a Joao, que viajaba junto a él, pero le faltó precisión y Sabaly acabó espantando muchos miedos.
Tal vez fuera una liberación para el Betis encontrarse vivito y coleando. Los verdiblancos comenzaron a crecer y a mostrar el filo de sus garras. Por ejemplo, con esas credenciales que le han convertido en el equipo más peligroso a balón parado. Y eso, frente a un Atlético que ha perdido su aura atrás, asomaba como una gran solución. De hecho, Paul Akouokou se quedó un buen rato tratando de explicarse por qué el balón no entró en uno de esos golpes de estrategia. Giménez despejó bajo palos, pero contra el cuerpo del rival. La pelota sorteó milagrosamente la meta de Oblak.
Sucedieron muchas cosas en un lento y entrecortado primer acto que desembocó en un zapatazo redentor de Tello. Héctor Herrera, en lo que era hasta ese momento otra noche impecable, se encontró con un borrón al tratar de sacar el balón por el centro. Su pase lo interceptó Sabaly y Oblak se vio volando sin destino ante un latigazo letal. A Simeone se lo llevaban los demonios porque al reloj no le quedaba apenas vida. Esos errores en la salida son los que han condicionado parte de la historia rojiblanca de Herrera que, todo sea dicho, resultó clave en el eclipse de Fekir.
La decisiva entrada de Lemar en el descanso y los tentáculos de Oblak, que atajó lo que parecía un gol olímpico de Joaquín, devolvieron la ilusión y la vitalidad al Atlético. Incluso pudo pagarle al Betis con su propia moneda de no haberse topado Felipe con el poste o de haber afinado Giménez en el rechace. Pero acabó haciéndolo a la carrera, como tanto le ha gustado siempre a este equipo. De Paul, que careció hasta ese momento de cualquier precisión, descubrió el galope furioso de Llorente por esa banda derecha que solía pisar como un purasangre. Víctor Ruiz sólo pudo ver pasar el avión. Por el centro del área andaba Joao Félix para volver a engatillar. Para volver a lucir esa sonrisa que es, también, la de su equipo.
Con el 4-4-2 descubrió Simeone la respuesta a las dudas que le había planteado Pellegrini. Y Joao, a la carrera, con otro golpe de bisturí de De Paul, que afinó a tiempo su violín, pudo encontrarse con el triplete. Se lo negó Bravo. También a Griezmann, cuando el Betis parecía en la cuneta. Y lo estaba. Lemar fue quien ajustó cuentas. Fue un golpe de pecho para retomar la calma en la Liga.
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